Caracas, 24 Ago. AVN.- La conjunción metafísica entre el autor y el lector, como elemento lúdico en el acto de la lectura, es uno de los rasgos patentes en la obra de Jorge Luis Borges, escritor de quien se celebran 115 años de su nacimiento, que fue un 24 de agosto, en Buenos Aires, Argentina.
El autor de Historia universal de la infamia, Ficciones y El Aleph empleó recursos como la recreación de argumentos, las falsas atribuciones y la invención de textos apócrifos para establecer un vínculo metafísico con el lector, especialmente porque la lectura fue su forma de vida.
"Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses", dice en la segunda edición de Evaristo Carriego (1955).
Su pasión por la lectura también la describe de forma existencial en Siete Noches (1980): "Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados, que despiertan cuando abrimos los libros. Yo sentí en esa biblioteca de mi padre el despertar de esos espíritus hechizados".
El escritor, fallecido en Ginebra, Suiza, en 1986 expresa que mientras un libro, cualquier libro, permanezca cerrado será "geométricamente" un volumen, "una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético".
Borges escribió su primer cuento, La visera fatal, a los ocho años de edad inspirado en su lectura de El Quijote, texto que prefigura sus ejercicios literarios fantásticos, como lo reseña Emir Rodríguez Monegal en el libro Borges por él mismo, donde recuerda que luego de la muerte de su padre y de un accidente cuya herida devino en una septicemia, el autor se dedica de lleno a la tarea de la ficción fantástica.
"La redacción de un cuento fantástico, 'Pierre Menard, autor del Quijote', le demostró que era capaz de inventar y de escribir", pero además le permite configurar la idea de que "la obra literaria no es sólo producto del autor sino del lector", en tal sentido autor y lector se confunden en uno solo en el acto de la lectura.
En este relato un crítico cuestiona la omisión hecha sobre el trabajo de Pierre Menard, supuesto autor de algunos escritos "visibles", como un artículo que habla sobre "cómo enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre", y de una obra "subterránea": la redacción de los capítulos noveno, trigésimo octavo y parte del capítulo veintidós de Don Quijote.
"No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes", dice un fragmento del relato.
Para lograr su empresa Menard pretende aprender el idioma español, recuperar su fe católica, pelear contra los moros, suprimir de su memoria la historia de Europa y ser Miguel de Cervantes, opción que descarta por imposible y luego decide repetir la obra, durante numerosas vigilias, en idioma extranjero.
Apunta el crítico dentro del relato que "Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas", peculiaridades que recrean las eventuales características de un lector: algunos olvidos y las accidentales imprecisiones sobre lo leído.
"Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito", dice Menard quien dejará la obra inconclusa. Al respecto explica Rodríguez Monegal que "El Quijote de Cervantes es, naturalmente, el de Menard. Pero los Menard son legión", entiéndase tal como una multitud de lectores.
"El lector, al ejercer el oficio de consumidor, 'recrea' el texto; es decir: lo redacta una vez más, interpolando los textos (explícitos o implícitos) de su propia experiencia literaria", explica Rodríguez Monegal, quien recuerda que Borges hizo del juego de espejos, de la obra dentro de la obra, del ejercicio del doble, rasgos característicos de sus escritos y personalidad. "Al otro, a Borges es a quien le ocurren las cosas”, decía en El Hacedor (1960).
Una de las ideas del escritor argentino era que el universo se constituía en un libro y que los hombres, al igual que el Melquíades de Cien años de soledad, se encargan de descifrarlo.
Comenta en el artículo "Del culto de los libros", incluido en Otras Inquisiciones, que San Agustín en sus Confesiones expresaba su inquietud sobre el lector: "un hombre en una habitación, con un libro, leyendo sin articular las palabras".
"Aquel hombre pasaba directamente del signo de escritura a la intuición, omitiendo el signo sonoro; el extraño arte que iniciaba, el arte de leer en voz baja, conduciría a consecuencias maravillosas", es decir la del libro como fin en sí mismo, explica este gran lector, quien también sugiere que el mundo como un libro está abierto a nuestros ojos, pero para entenderlo, precisamente, hay que aprender a leerlo.
Pedro Ibáñez AVN 24/08/2014 11:38
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