sábado, 22 de junio de 2013

La dialéctica de las pistolas

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El fascismo siempre ha sido el último recurso de la burguesía en tiempos de crisis
 La noche del pasado 15 de abril, el carpintero y militante del Psuv José Luis Ponce fue asesinado de un disparo en la cabeza. Regresaba a su casa luego de impedir que unas personas, estimuladas por el discurso del candidato Henrique Capriles pidiendo a sus partidarios descargar su “arrechera” -esa fue la expresión que usó- por el anuncio del Consejo Nacional Electoral declarando triunfador en las elecciones del 14-A a Nicolás Maduro. El hecho ocurrió en el sector La Limonera, Baruta, y el autor material, Carlos Serrano, fue detenido y acusado por el Ministerio Público de homicidio calificado, tanto en el caso de Ponce como en el de la dirigente del mismo partido Rosiris Reyes. También la Fiscalía acusó de homicidio intencional por la muerte de Hender Bastardo en Cumanacoa (Sucre), a los hermanos José y Rodrigo Hernández. Igual en el municipio Córdova (Táchira), donde José Galvis, Joel Contreras y José Omar León fueron imputados por el homicidio calificado de Henry Rangel La Rosa. En ese estado también fueron imputados Alberto Díaz Galvis e Ibsen Colmenares por la muerte del oficial de la Policía Nacional Bolivariana Keler Guevara. Igual avanza la investigación del asesinato de tres personas en Zulia -entre ellas un niño-, arrolladas con premeditación por el conductor de un camión, y de una persona fallecida a consecuencia de un balazo en la cara, cerca del CNE en el estado. Las víctimas de la violencia que desató el mensaje del excandidato opositor fueron once, y setenta heridos, además de los daños materiales a instalaciones públicas y locales del Psuv.
 Todo indica que la impunidad, heredada de la IV República, está teniendo respuesta. No en la proporción en que el país aspira, es decir, respuesta rápida e implacable, como debe ser la justicia en democracia. Mas lo cierto es que empieza a verse la luz en el túnel. El papel que cumple el Ministerio Público, dirigido por Luisa Ortega, es determinante en el viraje hacia la responsabilidad y adecentamiento de las instituciones. Reflexionando sobre el dinamismo y coraje que se le imprime hoy por hoy a ese despacho, dije ante un grupo de trabajo que si durante la sórdida etapa puntofijista se hubiese contado con un accionar como el actual, se habría salvado la vida, o evitado la tortura y desaparición, a miles de compatriotas.
 Hoy más que nunca, tanto el Estado como la sociedad requieren de recursos legales e instituciones sólidas y eficaces para enfrentar una manera de hacer política que se abre paso en el país, apuntalada en el delito y la violencia. El abordaje del tema, en esencia político, como todo cuanto hoy ocurre, es apremiante. ¿A qué me refiero? A que en la sociedad venezolana -al igual que en otras en el mundo- hay una oscura zona de irracionalidad donde se refugia la violencia de un sector social que adopta peculiares formas de acción cuando presiente el peligro. Se trata del fascismo. Latente en tiempo de normalidad, cuando los factores que lo integran no se consideran amenazados, pero capaz de irrumpir con virulencia cuando las circunstancias lo ameritan.
 El fascismo en países europeos, al igual que en latinoamericanos, tiene diversas expresiones. Pero hay una constante en el fenómeno -en Alemania, Italia; en Francia, Bélgica, Noruega, los Balcanes ocupados, así como en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay. El fascismo siempre ha sido el último recurso de la burguesía en tiempos de crisis. Cuando el sector social, político y económico que detenta el poder es desplazado, opta por reaccionar pateando las reglas de juego. Lo vivió en agraz Venezuela en los años 2002-2003 con el golpe del 11-A, el paro petrolero y el terrorismo. Sólo que ese sector no logró el cometido de retornar para abolir las conquistas de la revolución bolivariana. Pero la tendencia se mantuvo expectante. Consciente de que la repetición del formato de los años de la conjura abrileña fracasaría otra vez, optó por asumir la vía del sufragio. Siempre en la cuerda floja, avanzando sobre ella y manteniendo, simultáneamente, como objetivo la desestabilización tanto en el discurso como en los hechos.
 Ahora la oposición, cuando la vía electoral le reporta beneficios -pero no suficientes para imponerse en las urnas-, entrega la conducción a un grupo fanático, cultor de la violencia, para el cual la legalidad es una banalidad o un estorbo, que aplica con descaro una política que le permite columpiarse entre la actividad legal y la ilegal. La mención, al comienzo de la columna, del asesinato de once militantes y setenta heridos del Psuv, de asaltos a locales públicos y casas de partido, hechos promovidos con un lenguaje irascible, provocador, sin precedente en el país; es decir, la manifestación rampante de un activismo inspirado en los códigos que el fascismo dejó como legado siniestro -revivido periódicamente feroz resentimiento clasista-, guarda relación con la prédica de José Antonio Primo de Rivera en la España acosada por el fantasma de la guerra civil. El fundador de la Falange comandó a un grupo de jóvenes agitadores políticos que actuaba en representación de una clase social asustada con la crisis y el estímulo de la derecha autoritaria, con el propósito de crear condiciones para un levantamiento militar. Primo de Rivera dijo entonces, en un discurso en el Teatro La Comedia de Madrid: “Si nuestros objetivos han de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de la comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria”.
 La “dialéctica de las pistolas” funciona ya en Venezuela. El pasado 15 de abril el país vivió una demostración contundente de ese tipo de violencia, que el mismo sector político-social llevó a cabo mediante el mensaje y la acción el 2002 con el golpe del 11-A, el petrolero y la guarimba en las calles. Acciones de las que nunca se arrepintió y que, por el contrario, reivindica con nostalgia. Ese sector pretende repetir el formato. Por eso desestima o, simplemente, no le importan los once muertos, los setenta heridos y los daños a propiedades del Estado y partidistas. A lo sumo, los autores intelectuales afirman con cinismo que la cifra es irrelevante ante el número de víctimas que provoca el hampa. Pero la condición infrahumana, la miseria de quienes alentaron ese episodio, premonitorio de lo que tienen planeado; de la disposición irreductible de utilizar el atajo de la subversión para llegar a donde sea necesario, se refleja en lo siguiente: Un entrevistador del canal Telemundo -José Díaz Balart- le preguntó a Capriles acerca de lo dicho por el canciller Jaua a funcionarios de EEUU sobre su responsabilidad (la de Capriles) en las 10 muertes causadas por la violencia de su discurso después de la elección de Maduro, y el excandidato respondió: “¡Nos tiene sin cuidado lo que diga!”. La vida humana tiene sin cuidado a Capriles -¿y a sus seguidores? Once muertos no dan ni para una aclaratoria. No importa sacrificar la vida humana en el altar de la irracionalidad política, impuesta -como dijera el fascista español- con la “dialéctica de las pistolas”. El fenómeno del fascismo en Venezuela ya no es posibilidad sino realidad; no es ficción, sino concreción de un pensamiento, en apariencia anacrónico, pero que subyace como respuesta al miedo letal de un sector social que avanza a través del entramado institucional y la quiebra de valores fundamentales. Es este el mayor desafío que hoy enfrenta la democracia venezolana. Que, además, tiene nombres y apellidos
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José Vicente Rangel
jvrangelv@yahoo.es

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